#RolEnCasa
Roloctubre 2021 – Relato participante “El bostezo”
Roloctubre es un evento narrativo de Rol en Casa. Hay dos formas de participación: en narrativa escrita y en narrativa oral (en video). El plazo de inscripción es hasta el 15 de octubre del 2021.
Este es un relato enviado para participar. Te invito a leerlo por completo, pues es parte de la narrativa de la comunidad. Si te gusta, comparte el artículo en tus redes o déjame un comentario donde lo hayas visto publicado.
¡Espero también participes!
El bostezo – Relato de Roloctubre
Oscar Wheelwright ha pasado la mayor parte de su vida despierto. Su vida ha estado poblada de pesadillas desde muy pequeño. Pesadillas que no lo han dejado dormir, ni descansar, ni concentrarse en nada por más de unos pocos minutos. Comparado con otros de su misma edad, Oscar siempre fue más enjuto y huesudo, diferente de cualquier otro hombre. Ensimismado y expectante al mismo tiempo, abstraído, pero siempre alerta. Su presencia, sin embargo, se hacía evidente siempre de la misma manera: un bostezo largo y sordo, fuera de lugar y sin razón aparente.
En el internado le decían “bostezos”. En el día bostezaba todo el tiempo. Bostezaba durante la lección de historia o matemáticas, y también lo hacía en el patio frente a sus compañeros. En la noche sollozaba. Con o sin luz. Con o sin cobijas. Con o sin las burlas de sus compañeros, sollozaba. Una vez fuera del internado, listo para el mundo adulto, Oscar simplemente aceptó que su enjuta vida en su enjuto cuerpo iba a ser siempre una sucesión de días bostezando y noches sollozando.
Pero todo cambió una tarde de octubre, cuando en el diario local vio un anuncio. Pequeño pero elaborado, el anuncio leía: “¿Problemas para dormir? ¡Consulta de cortesía para nuevos pacientes! ¡Arregle su vida en una sesión!”. Oscar leyó y releyó el anuncio varias veces. Parecía hablarle directamente. Su vida entera había trascurrido en ese estado de vigilia incesante. No estaba despierto ni estaba dormido. A veces se preguntaba si era así como se sentían los enfermos justo antes de morir. Oscar siempre soñaba con soñar. A menudo anhelaba descansar. Y muy, pero muy de vez en cuando se preguntaba por el origen de sus pesadillas.
Siempre eran imágenes similares. Felinos. A veces muy definidos, a veces apenas esbozados, los gatos poblaban sus pesadillas. Miles de gatos jugueteando en la noche, formando una marea de ronroneos y arañazos que destruía su mente, su cuerpo, su alma.
Decidido por una vez en su miserable vida a hacer algo al respecto, Oscar caminó con presteza hacia el misterioso consultorio. Anuncio en mano, Oscar preguntó en las farmacias y boticas del sector hasta que logró ubicar el pequeño local. Curiosamente, la puerta por la que había pasado ya varias veces era casi imperceptible, pero una vez ubicada, colores llamativos y detalles tallados en relieve saltaban a la vista. Era como si la puerta hubiera estado esperando a que Oscar fijara sus cansados ojos en ella para dejarse ver. Justo cuando se disponía a golpear, Oscar se dio cuenta de la forma de la aldaba: un gato. Mientras su mente se precipitaba hacia las imágenes de sus pesadillas, indeciso y temeroso, Oscar no se percató de que la puerta estaba entreabierta. Ni de que un gato negro, tan negro como el abismo, estaba entrando, moviéndose sinuosa y perezosamente hacia adentro del local. Tan pronto Oscar vio la cola del gato desaparecer en la oscuridad del consultorio, su cuerpo se movió involuntariamente hacia adentro. Un paso, dos pasos, fueron los únicos sonidos que Oscar percibió. Sus propios pasos y la puerta cerrándose suavemente tras él.
Oscar? – preguntó una voz suave, infantil, familiar. Oscar? Pensé que ya no me ibas a encontrar. A mamá no le gusta que juguemos a esta hora…
Petrificado, Oscar no dijo nada. El corazón a todo galope no le dejaba pensar claramente. Sentía cómo la sangre le llenaba la cara, al mismo tiempo que un sudor frio bajaba por sus sienes y lágrimas de angustia bajaban por sus mejillas. Sentía su corazón saltando, casi queriendo escapar de su prisión de huesos. De alguna manera su cabeza empezó a concentrarse en esos latidos. Uno, dos, tres, … Los números seguían. Los latidos seguían. Los números. Los mismos números que contaba de pequeño para alejar las pesadillas. Uno, dos, tres, … Los mismos números que contaba cuando jugaba con su hermana para dejar que se escondiera.
Olivia nunca fue muy buena para esconderse. No podía evitar reírse desde debajo de la cama, ni lograba evitar mover las cortinas cuando se paraba detrás de ellas. Aún peor, cuando jugaba afuera en el campo, se distraía con cada cosa y dejaba pequeñas huellas con sus pequeños pies en el barro y en la nieve. Así fue como Oscar la encontró ese día. Huellas. Pequeñas huellas felinas seguidas de cerca de las huellas de la pequeña Olivia. Pequeñas huellas que llevaban directamente al lago.
Cuando finalmente llegó al lago congelado, Oscar llamó y llamó a Olivia, pero la única respuesta que obtuvo fue un lánguido maullido. Un gato lo observaba desde el centro del lago. Un gato adulto, orgulloso y experimentado. Sus ojos amarillos se veían inquisidores aun desde la distancia. Oscar corrió para alcanzarlo, pero siempre se alejaba, lo suficiente para que Oscar no lo pudiera tocar. Desafiante, el gato se estiraba y afilaba sus uñas en el hielo, siempre fuera del alcance del pequeño Oscar. Agotado y confundido, de rodillas en el hielo, Oscar luchaba por pensar en alguna manera para encontrar a su hermana, pero lo único que escuchaba eran las garras del gato en el hielo. Rasguños y maullidos. Maullidos que parecían venir del mismísimo lago. Tras retirar frenéticamente algo de nieve de la superficie congelada del lago, Oscar reconoció el reflejo de su cara, pero algunos de sus rasgos eran distintos. Más jóvenes, un tanto femeninos. Le tomó unos segundos aceptar lo que veía. Olivia. Al otro lado del hielo. Tratando de gritar, tratando de rasguñar.
Luchando, aferrándose a sus pequeñas bocanadas de aire, Olivia se hundía. Sus ojos fijos en los de Oscar mientras se alejaba más y más de la lisa y fría superficie del lago. Con la boca muy abierta, pero sin poder emitir sonido, en un último grito, largo y sordo.
Un grito que para muchos habría pasado simplemente por un bostezo.
Autor Atticus Pinzon-Rodriguez
*Este texto se crea para el evento narrativo Roloctubre de Rol en Casa. Por favor no reproducirlo ni copiarlo, es una creación original de un miembro de la comunidad.